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El curioso caso del asteroide que desaparece (parte 2)

Después de daros un poco la turra con los distintos objetos que hay en el sistema solar, hoy os contaré exactamente cuál es mi aportación —por el momento, minúscula— en esta historia. En el Instituto de Astrofísica de la Universidad Nacional Central de Taiwán (a partir de ahora, IANCU), hay una unidad que se dedica a investigar asteroides activos. «Unidad» es una palabra ambiciosa, porque el equipo está formado por un investigador postdoc, un doctorando y, desde hace tres semanas, un servidor. Pero aquí estamos.

La empresa que me concedió la beca, que se llama Light Bridges y opera unos magníficos telescopios en el Observatorio de Tenerife, fue la que estableció contactos con el IANCU. A priori, estos telescopios son ideales para el tipo de investigación que está realizando la unidad, porque son muy rápidos, tienen una resolución altísima y permiten medir la luz de los objetos con mucha precisión. A la vez, los telescopios de Light Bridges son novedosos por muchos aspectos. Uno de ellos es que es la primera vez que una empresa privada invierte y explota unos telescopios como estos al servicio de la ciencia. Lo habitual es que los Estados y las universidades financien la construcción de caros y grandes telescopios, que luego son utilizados en exclusiva por una institución o, como mucho, se prestan horas de observación entre astrónomos. Este caso es distinto: los telescopios han sido pagados con capital privado, y cualquier institución interesada en la investigación puede adquirir instantáneamente tiempo de observación para sus proyectos.

Al llegar al IANCU, el primer objeto que queríamos investigar se llamaba P/2018 P3. Un asteroide de lo más normal que, de un día para otro, allá en el 2018, empezó a exhibir actividad en forma de pérdida de masa, como lo haría un cometa. Ya expliqué en la última entrada del blog que estos objetos híbridos, llamados asteroides activos, a medio camino entre un asteroide y un cometa, son de lo más extraños, y pueden ayudar a explicar muchos de los misterios en la formación del Sistema Solar. Os presento a P/2018 P3:

A este objeto se le perdió el rastro en febrero de 2019, y ya no hemos vuelto a saber nada desde entonces. Los cálculos de las órbitas indican que el objeto debería volver a estar "cerca", y hay bastante interés por volver a verlo para ver si vuelve a exhibir comportamiento cometario. Así que, cuando llegué a Taiwán, mi tutor me adjudicó la observación de este objeto. 

¿Cómo se encuentra un asteroide?

La respuesta es sencilla: por accidente. Al menos, la primera vez. Existen miles de observatorios que todas las noches escanean el cielo. Cuando encuentran objetos que se mueven, cotejan los resultados con una enorme base de datos llamada MPC (Minor Planet Center) donde están archivados todos estos objetos. De vez en cuando, se descubre uno del que no se tiene constancia, y entonces se incorpora a la base de datos. El afortunado que encuentra esos objetos por primera vez tiene el privilegio de ponerles nombre. Por ejemplo, el astrónomo y profesor de literatura catalán Josep Maria Bosch —con quien he tenido el placer de coincidir en un par de ocasiones en el Observatorio del Teide— tiene un estupendo telescopio en Santa Maria de Montmagastrell, Lleida, y ha descubierto más de 500 asteroides, para luego reportarlos al MPC, con nombres tan diversos como Alcarràs o Flordeneu.

Como el P/2018 P3 ya se había descubierto en 2018, su órbita ya estaba bien definida. Esto quiere decir que el MPC debería saber, en todo momento, dónde está este objeto. Cualquier astrónomo puede pedir unas efemérides futuras, es decir, una predicción de donde estará el objeto en el cielo en una fecha concreta

Yo, feliz como una perdiz, generé la efemérides para el P/2018 P3 para la noche del 15 de septiembre. La efemérides es un documento un tanto desagradable, pero os destaco la información más relevante. La columna verde es el momento de observación (en UTC). En rojo, las coordenadas donde el objeto debería estar en el cielo. Y en azul, la magnitud aparente, que es una indicación sobre el brillo del objeto.


La noche del 15 de septiembre, efemérides en mano, coordinamos dos observatorios (el de Taiwan y el de Tenerife) para que apuntaran simultáneamente el objeto P/2018 P3 con sus telescopios. Al día siguiente, con la expectación del pringado novato, abro las imágenes y...

Nada. El objeto no está.

Si el objeto estuviese en el campo, debería estar justo debajo del indicador rojo que se mueve. De hecho, P/2018 P3 se debería ver igual de brillante que cualquiera de los otros objetos que se ven fijos. Pero no hace falta que forcéis la vista: no hay nada que ver, porque el objeto no está.

Está claro que la ciencia es así, pero no puedo evitar sentir cierta decepción. Sin embargo, rápidamente la intriga viene al rescate. Las efemérides casi nunca se equivocan, y es muy extraño que un objeto no esté donde debería estar.

Después de consultarlo con personas más formadas y experimentadas en el fino arte de localizar pedruscos, se nos ocurren tres posibles explicaciones. El objeto podría haberse desviado por culpa de una interacción gravitatoria no prevista, aunque es bastante improbable. También se podría haber desintegrado (no olvidemos que son objetos que muestran pérdida de masa, o flatulencias, y que es posible que alguna de ellas sea lo suficientemente grande como para partir el objeto en trozos más pequeños). También puede ser que la efemérides esté equivocada desde el principio, y que el MPC se haya equivocado con el cálculo de la órbita.

En cualquier caso, durante los próximos meses, estaremos atentos a la posición en la que debería aparecer P/2018 P3, porque si lo logramos observar, podremos explicar por qué ha tardado tanto en aparecer. Es muy posible que eso nos dé información acerca de su actividad y su naturaleza.

Y, de mientras, ¿qué hago?

Visitar night markets y ponerme hasta el culo de comida taiwanesa Hemos centrado nuestra atención en otro objeto bastante peculiar, que ya os presenté en la entrada anterior. Se llama 596 Scheila, y es un asteroide que está rodeado de polvo. El motivo es bien distinto al de P/2018 P3 u otros cometas que muestran polvo por culpa de hielo volatilizado: Scheila era una roca de lo más normal (bastante masiva, hay que decirlo) hasta que chocó contra otro asteroide más pequeño. Es la primera vez en la historia de la humanidad en la que documentamos una colisión entre dos asteroides. Fue esta colisión la que provocó una dispersión de rocas y polvos. Algunas partículas se han quedado adheridas a Scheila por su débil atracción gravitatoria, y son las que se perciben alrededor del objeto. 


Ahora mismo, estamos intentando observar a Scheila desde tres observatorios distintos: Taiwan, Tenerife y Brasil. Nuestro objetivo es medir la luz que refleja el asteroide y conseguir información sobre el cráter que le provocó la colisión. Los asteroides (al igual que los planetas) son como "espejos", porque reflejan la luz del sol. Es por eso que los podemos ver. Cuando un asteroide es muy irregular, como Scheila, cuando rota provoca cambios en la luz que refleja del sol. Podéis hacer la prueba cogiendo una patata irregular de vuestra cocina (que es el objeto más parecido a un asteroide que sujetaréis nunca en vuestras manos). Si ponéis la patata de lado, la veis grande y esplendorosa. Si la ponéis de punta, la veis más chiquitina. Pues con los asteroides pasa lo mismo. Y si los observamos durante el tiempo suficiente, podemos medir estas diferencias de luz y deducir propiedades como el periodo de rotación.

Una imagen vale más que mil palabras.

El caso de Scheila, además, es especialmente interesante, porque tenemos sus curvas de luz antes de la colisión. Si logramos hacer una curva de luz del mismo asteroide después de la colisión, podremos determinar cómo fue esa colisión y de qué forma altero a Scheila.

¡Eso es todo, por ahora! Ayer llegué al observatorio de Taiwan, un telescopio perdido en medio de la nada, a 3000 metros de altitud. No pudimos observar por culpa de las nubes, pero con un poco de suerte, durante los próximos días, podremos observar a Scheila en todo su esplendor. Os dejo unas cuantas fotos.

El observatorio de Lulin está tan aislado que ni siquiera se puede alcanzar en coche. Hay que caminar veinte minutos por un sendero forestal hasta llegar al telescopio y a la residencia anexa.


Este es el protagonista de la entrada de hoy. El telescopio LOT, de 1 metro de diámetro, en pleno centro de Taiwán. Me llama la atención la cantidad de postales de la suerte rojas que tiene enganchadas en el lateral. Aunque no parece que sean de demasiada ayuda para evitar las nubes y las lluvias.


¿Recordáis ese submarino que se hundió y que luego se descubrió que estaba dirigido por un mando de la XBOX? Pues aquí parece que también han sabido ver la versatilidad de estos dispositivos. Aunque me alegro que mi vida no dependa de ello, la verdad.


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