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Mostrando entradas de septiembre, 2023

Una semana, un viaje y un amigo

¿Alguna vez os habéis encontrado un billete de diez euros en un pantalón viejo y os habéis sentido la persona más afortunada del mundo entero? Es un auténtico lujo, no tanto por la fortuna, que también, como por el hecho de recibir algo con lo que no contabas. Como si la vida, esa que juega constantemente a los dados, nos guiñase el ojo un instante. Pues me pasó algo similar el viernes pasado, en mi hostel de Taipéi (donde me estoy quedando hasta encontrar un piso, más de eso en el próximo post). Solo que no era un billete de diez euros, sino un amigo: Marcos. Le oí pasar escaleras arriba mientras me lavaba los dientes en el baño común. Hablaba por teléfono, con ese tono de voz alto e intenso que caracteriza a un español en cualquier parte del mundo, explicando sus impresiones de Taipéi a algún amigo o familiar. Mientras le oía, tuve el presentimiento de que nos caeríamos bien. Y así fue. Esa noche —mi primer viernes en Taipéi— salimos a tomar algo al barrio de Ximen, en las inmediacio

¿Cómo he acabado aquí?

Todo empezó un 29 de abril de 2023. Llevaba tiempo buscando un piano. Un buen piano digital para substituir a mi queridísimo Yamaha Auris, que me compraron mis padres cuando tenía 13 años y les dije que quería aprender a tocar. El Auris cumplió bien su papel, pero los años no perdonan y era el momento de buscarle un digno sucesor. Devoré Wallapop durante varios días seguidos. Me llegaban alarmas de pianos por todo el país y yo vivía en un pálpito. Un día, llegué al extremo de llamar a mi amigo Oscar a las diez de la noche de un miércoles para que me ayudara a mover un piano que acababa de localizar en medio del Born, en un sitio difícilmente accesible en coche, y me quería llevar esa misma noche. Su propietario, un francés divorciado que se mudaba de vuelta a l'Hexagone , se sorprendió de mis inusitadas ganas por llevármelo («la excitación del instrumento», lo llamó, seguramente ajeno a las malas interpretaciones) pero me advirtió de que necesitaría ayuda para moverlo. Al final, ll

Siempre hay un primer día

Me fui de Barcelona con dos maletas. Una —la pequeña, de cabina— iba repleta de libros y aparatos electrónicos. La otra me la cedieron mis padres, y era la maleta más grande que tenían. La verdad es que no la conseguí llenar del todo, así que me fui con el maletón medio vacío. Al caminar por la terminal de Barcelona, me pareció que pesaba más la de cabina que la que iba a facturar. Está claro que alguna cosa no hice bien. Y del mismo modo llego a Taiwán, aunque con 24 horas sin dormir a mis espaldas y la confusión de quien no sabe ni qué hora es. Moverse es fácil. Todo bien señalizado, me compro una EasyCard —navaja suiza del transporte taiwanés— y me decido a tomar el metro hacia la estación central de Taipei. Un viaje de unos 40 minutos, casi todo en viaducto elevado, que me permiten observar la belleza natural de la isla y la brutalidad con la que han construido enormes torres de hormigón en medio de bosques, valles y montañas. Salgo de la estación con las dos maletas y pienso en c