¿Alguna vez os habéis encontrado un billete de diez euros en un pantalón viejo y os habéis sentido la persona más afortunada del mundo entero? Es un auténtico lujo, no tanto por la fortuna, que también, como por el hecho de recibir algo con lo que no contabas. Como si la vida, esa que juega constantemente a los dados, nos guiñase el ojo un instante. Pues me pasó algo similar el viernes pasado, en mi hostel de Taipéi (donde me estoy quedando hasta encontrar un piso, más de eso en el próximo post). Solo que no era un billete de diez euros, sino un amigo: Marcos. Le oí pasar escaleras arriba mientras me lavaba los dientes en el baño común. Hablaba por teléfono, con ese tono de voz alto e intenso que caracteriza a un español en cualquier parte del mundo, explicando sus impresiones de Taipéi a algún amigo o familiar. Mientras le oía, tuve el presentimiento de que nos caeríamos bien. Y así fue. Esa noche —mi primer viernes en Taipéi— salimos a tomar algo al barrio de Ximen, en las inmediacio
Y el cambio permanente. Unas palabras sobre ciencia, viaje y vida.