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Octubre

 Ha sido un mes tan intenso que prácticamente no he tenido tiempo de escribir, así que para compensar, aquí viene una especie de cajón de sastre sobre lo que he estado haciendo estos últimos días.

Si las primeras dos semanas fueron lentas, intensas, ahora el tiempo pasa a otro ritmo: el que dicta la rutina. Los días se repiten, al igual que las semanas. Y, aunque no tiene nada de malo, me sorprende mirar atrás y ver que las últimas cuatro semanas han pasado como un rayo.

Retiro espiritual en Lulin

Parece que fue ayer cuando regresé del observatorio de Lulin, una instalación telescópia —la única en Taiwan— situada en frente de Yushan, el pico más alto de la isla (3952 m). Se trata de un lugar inhóspito (entre tren, bus y coche, tardo casi siete horas en llegar), al que no se puede acceder por carretera. De hecho, el último kilómetro es a pie, para salvar un desnivel de 150 metros por un sendero lleno de pedruscos.

Adivinad cuántas veces me tropecé recorriendo el caminito.

El lugar tiene una belleza indiscutible. En España, cualquier atisbo de humedad desaparece por encima de los 2000 metros. Nuestros picos son áridos, rocosos y pelados. En Taiwán, la geología y las corrientes del pacífico elevan la humedad hasta cotas altísimas, y por ello toda la isla es verde y húmeda. El pico de Yushan, por ejemplo, es más frondoso que el Matagalls, y eso que está a 4000 metros de altura.

En el centro de la imagen, el pico de Yushan, visto desde el observatorio de Lulin.

En el observatorio pasé un total de 4 noches. En un inicio, el pronóstico era bueno. Durante las observaciones, los astrónomos «trabajan» de las 8 de la noche (el inicio de la noche astronómica en Taiwan) hasta las 4 de la mañana, cuando el cielo empieza a clarear. Para compensar, se duerme durante el día, igual que un domingo después de borrachera. Lástima que, durante mis 4 noches en el observatorio, el tiempo fue un desastre y no pudimos observar ni una sola noche. La mayor parte del tiempo, de hecho, estuvimos rodeados por una espléndida nube que nos hizo vivir en una especie de Silent Hill permanente. Hubo buenos momentos, y durante el día aproveché para hacer senderismo en una zona de belleza excepcional. Pero observaciones astronómicas, por desgracia, pocas.

Este es el famoso telescopio de Lulin. Sorprende la ingente cantidad de amuletos de la suerte que tiene pegados en su lateral. Spoiler: no sirvieron de nada.

Un casero con rostro

Al poco de firmar mi contrato e instalarme en mi nueva mansión de 18 metros cuadrados, empiezan a salir a la luz algunos desacuerdos con mi casero, un individuo de aspecto shaolin al que conocí directamente durante la firma del contrato. La firma fue, de hecho, un tanto particular, para nuestros estándares occidentales. Para empezar, en Taiwán (y en el mundo cultural chino en general) el casero es una especie de semidiós al que sus inquilinos deben rendir respeto y pleitesía. La firma del contrato fue más ceremoniosa que un ritual de té. Aquí, los ciudadanos no firman burdamente con un boli, sino que tienen un sello personal, una estampa artesanal única con la que imprimen su firma caligráfica en cualquier documento. Imaginaos su desesperación cuando yo me presento al evento con un boli bic y firmo el contrato con un burdo garabato. Por si fuera poco, en medio del proceso de firma, el agente saca el teléfono y llama a mi universidad para comprobar si realmente estoy trabajando allí. Yo le escucho atónito, sin entender una palabra de lo que dice, pero reconozco la voz de mi tutor al otro lado del teléfono. Recuerdo entonces que me habían pedido un contacto en Taiwán, pero asumí que sería por si necesitaban contactar conmigo urgentemente. No pensaba que iban a llamar a mi tutor un domingo para preguntarle si soy un farsante. En fin: firmamos y consagramos el contrato de arrendamiento haciéndonos una foto y creando un grupo de WhatsApp los tres (el agente, el casero y yo).

Eso fue solo el principio. Después de mi primera semana, el agente me escribe en el grupo, diciendo que el viernes por la noche hice mucho ruido. Le contesto que no es posible, porque el viernes por la noche no estuve en casa. Me responde que el ruido lo hice al llegar, a las cuatro y media de la mañana, abriendo y cerrando la puerta. La situación se repite el lunes, y además me deja caer que, siempre que salga al pasillo que comunica los 3 apartamentos, debo de ir vestido. Le respondo que el exhibicionismo no es lo mío y que no tengo por costumbre pasearme desnudo por ahí —todo esto bajo el silencio vigilante del casero, que está en el grupo— y me envía una captura de una cámara de seguridad, el domingo a las doce de la noche, en la que salgo sin camiseta al rellano durante tres segundos, lo que tardo en coger una escoba y volver a entrar en mi apartamento. En la fotografía se me ve un hombro y algo de espalda pero —gracias a Dios— ni siquiera un miserable pezón.

Os podéis imaginar la incomodidad que me genera esa situación. Hablo con ellos, y les digo que intentaré hacer menos ruido, pero que no es de recibo que utilicen las cámaras para observar constantemente lo que hacen sus inquilinos. Hablo con un amigo que vive en Taichung, una ciudad algo más al sur, y me dice que toda esta historia es muy habitual. En Taiwán existe otra concepción acerca de la privacidad, y los caseros se creen con derecho a interferir en la vida de sus inquilinos. Me dice, además, que no es extraño que los caseros entren en casa del inquilino cuando lo crean conveniente, para comprobar que todo está en buenas condiciones y que el inquilino no está haciendo "cosas extrañas". Algo completamente ilegal, por supuesto.

Cuando hablamos de las costumbres y relaciones sociales en Taiwán —y en China—, existen dos conceptos esenciales (uno es el mianzi, 面子, algo parecido al prestigio social; y el otro es el lian, 臉, más relacionado con la autoridad moral), que se traducen al castellano como rostro. El rostro de una persona es su reputación social, su capacidad para influir en los demás y para gozar de buenas relaciones y de estatus social. El rostro se gana y se pierde, en función de las acciones, sí, pero también del chismorreo. Mi amigo en Taichung me dice que es muy posible que la obsesión por el ruido se deba a que el casero haya recibido quejas de los vecinos en el pasado. Las quejas generan muy mala reputación, y es esencial que el casero mantenga su rostro si quiere vender la propiedad en el futuro o si quiere que los vecinos acepten unas obras en el rellano, por ejemplo. Esa presión social es, en el fondo, la que me está trasladando a mí a través de todos sus mensajes. Aunque yo, por suerte, no tengo que mantener mi rostro delante de la sociedad taiwanesa, así que he decidido adoptar un tono cordial, pero también me he comprado una cámara IP que he puesto en mi apartamento, no sea que al casero le dé por husmear en él.

¿He pensado en irme? Sí, claro. Pero la verdad es que la situación ahora está más tranquila, y mi apartamento me gusta mucho. Está muy bien ubicado, y me costó bastante encontrarlo. 

La vida nocturna de Taipéi

También quería escribir sobre uno de los aspectos que más me ha sorprendido de Taipéi: su vida nocturna. Ya había escuchado que la capital taiwanesa era conocida por su ambiente nocturno y por su diversidad. Pero no esperaba una escena tan sofisticada y chic.

En primer lugar, la calidad de los clubes y de los bares nocturnos es muy, muy alta. Los locales están muy cuidados y los barmans (sea a las once de la noche o a las cuatro de la madrugada) preparan sus cocktails con mucho cariño. Es habitual que los clubes estén en la enésima planta de un rascacielos o tengan amplias terrazas para bailar, fumar o conversar. El tiempo cálido, además, se presta a que muchos locales sean abiertos al exterior.

Club 18TC, en Taichung

Un principio básico de la cultura taiwanesa es evitar el conflicto a toda costa, a veces incluso demasiado. Para un taiwanés, confrontar un hecho o expresar enfado son a veces expresiones sutiles de violencia, y aunque eso tenga sus desventajas, lo cierto es que el ambiente nocturno es extremadamente seguro en todo el país. He preguntado varias veces y todavía no he conocido a nadie que haya visto una pelea en Taiwán.

La terraza del Babylon durante la noche de Halloween. Eeew.

Mención aparte merece el ambiente LGTB de la ciudad. Considerada la capital de la diversidad en Asia, Taiwán es el único país del continente en donde el matrimonio homosexual es legal. Es interesante ver cómo esa apertura ha traído parejas de todo el continente que vienen a Taiwán a trabajar, sí, pero también a vivir y a expresarse con libertad. Pronto escribiré una entrada sobre el tema.

Bonus: visita a Taichung


El amigo del que os he hablado al principio del artículo, Tony, vive en Taichung. Le conocí mientras estudiaba en el Reino Unido, y él ahora trabaja aquí como profesor de inglés mientras perfecciona su chino mandarín. El segundo fin de semana de octubre, aprovechando que tenía un evento de la Cámara de Comercio en esta ciudad, pasé dos días con Tony visitándola.

Si Taiwán es un país de contrastes, Taichung es la quintaesencia de lo taiwanés. La ciudad es un auténtico hervidero del cambio. Grandes y modernas avenidas se mezclan con edificios decadentes y decrépitos. Y, con todo, la ciudad tiene cierta coherencia. Quizás son sus paradas de comida en cada esquina, o los Lamborghinis aparcados delante de auténticas chabolas. No lo sé, pero tiene su encanto.

Creo que este es el edificio más feo que he visto nunca. No pude evitar hacerle una foto.

El arte urbano taiwanés siempre sorprende.

Antes de coger el tren de vuelta a Taipéi, me paseo un buen rato por la flamante estación, inaugurada hace poco más de un lustro. Es un buen ejemplo del cambio constante al que me refería. En vez de tirar la estación antigua y construir una nueva encima, han mantenido el edificio antiguo y lo han convertido en un espacio versátil, donde se celebran mercados diversos y además aprovechan el patrimonio histórico ferroviario. Algo de lo que en España podríamos aprender.

Antigua estación de Taichung, convertida en un merendero. Detrás, la nueva estación, de acero y cristal.

Próximamente...

Esta semana ha sido intensa y, en cierto modo, decepcionante. Dos de los proyectos que estaba llevando a cabo en la universidad se han pausado, a la espera de unos telescopios más potentes que no llegarán durante los próximos meses. Durante este tiempo, me asignarán otras tareas, pero todavía no tengo claras cuáles van a ser. Todo esto me ha desanimado un poco, aunque, por otro lado, estoy aprendiendo mucho y voy a seguir viajando durante las próximas semanas. En noviembre, quizás me animo a ver a Marcos a Vietnam, y en diciembre puede que coincida en Corea con Ruth, autora de esta instantánea.








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